‘DISMINUIDOS’, UNA PALABRA HABITUAL …
HACE MEDIO SIGLO
February 17, 2024
LENGUAJE CORRECTO SOBRE LA DISCAPACIDAD
El Congreso de los Diputados de España acaba de aprobar la reforma del artículo 49 de la Constitución vigente. Uno de los cambios propuestos es sustituir el sintagma “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos” por “personas con discapacidad”.
La alteración que se propone obedece a un proceso habitual en la lengua. En el español estándar, y en las lenguas de nuestro entorno, el sintagma “personas con discapacidad” es de uso común desde hace mucho tiempo. Sin embargo, el texto constitucional se quedó fosilizado en una designación habitual en los años 70 del siglo pasado, y que hoy se ve como poco adecuada.
En la lengua existen numerosos términos considerados tabú. Son formas “prohibidas” que deben reemplazarse por palabras que no estén connotadas negativamente, los denominados eufemismos. Las razones para ello son muchas.
Desde muy antiguo está presente en la lengua el tabú del miedo y del respeto. Algunas religiones consideran blasfemo mencionar el verdadero nombre de Dios. Hay quien cree que nunca se debe mentar a “la bicha” (la serpiente) y los magos del universo de Harry Potter evitan decir el nombre de Lord Voldemort.
También son muy evidentes los tabús vinculados a los órganos sexuales, las funciones reproductoras y las excretorias. Se considera que su sola mención atenta contra la decencia y el pudor, conceptos relativos según las épocas, sociedades y lugares, tal y como comentaremos más adelante.
Un ejemplo muy claro de sustitución de un término tabú por uno o varios eufemismos sucedió con el término retrete. Originalmente, designaba “el aposento pequeño y recogido en la parte más secreta de la casa y más apartada” (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, 1611).
De modo similar se define en los diccionarios de la Real Academia Española de 1737, 1780 y 1791. En cambio, en la edición de 1803 se añade un nuevo significado: “El quarto retirado donde se tienen los vasos para exonerar el vientre”. Una vez introducido este nuevo significado, era cuestión de tiempo hasta que este término se considerase poco delicado y se introdujese un nuevo eufemismo. Por ejemplo, y en momentos diferentes, aseo, servicio o cuarto de baño.
Eufemismos y conceptos en inglés
Un miedo que existe cuando se plantea el uso de nuevos términos es que se intente ocultar o invisibilizar la realidad. En la novela distópica 1984 se plantea el concepto de neolengua (en su formulación original en inglés, newspeak), cuyo objetivo era limitar el pensamiento crítico de la sociedad. Podrían ponerse en relación con estos conceptos determinados eufemismos. La “austeridad” (recortes en el gasto público), los ajustes de plantilla (despidos) o las “víctimas colaterales” (civiles asesinados) son formas frecuentes en los medios de comunicación de todo el mundo.
Resulta muy interesante cómo se está utilizando el inglés para introducir conceptos que suenan más frescos y atractivos que su alternativa más realista (y dura) en español. Practicar el coliving, por ejemplo, tiene más gancho que compartir piso por no poder pagar la vivienda.
Llamar a las cosas por su nombre
Puede criticarse cómo se evita en estas formas la mención explícita de realidades negativas, lo que contribuye a ocultarlas o negar su gravedad. Así puede entenderse la reivindicación de “llamar a las cosas por su nombre”, desde los despidos (y no “ajustes de plantilla”) a los productos menstruales (mejor que “productos de higiene femenina”).
El daño que puede causar utilizar elisiones, rodeos y metáforas para denominar realidades ha sido puesto de manifiesto también en el caso de la enfermedad, específicamente el cáncer, la “larga enfermedad”.
Cambio social
Sin embargo, el cambio aprobado para el texto constitucional no parece ser comparable a estos últimos ejemplos descritos. Ha habido una modificación bastante generalizada de sensibilidad social que ha sido el motor de una variación ya realizada en los usos lingüísticos. Ya no es usual ni está bien considerado, en la mayoría de los ámbitos sociales, hablar de “inválidos”, “subnormales” o “retrasados”, como se hacía hace unas décadas.
Se prefiere, en general, hacer énfasis en la persona, no en la discapacidad. Dicho de otro modo, considerar que las personas no son solamente su discapacidad, y expresar esta como un complemento que acompaña a los sustantivos persona, mujer, hombre, joven… cuando resulta relevante. Esto es lo que se propone para el nuevo texto legal, que habla de “personas con discapacidad” para sustituir el término disminuidos. Además, se emplea así un término inclusivo y se evita el uso del masculino genérico, cuyo uso constante es sentido por una parte de los hablantes como problemático.
El rechazo a términos como disminuido, discapacitado y otros similares está impulsado por las propias personas de estos colectivos, cuya opinión es muy digna de ser tenida en cuenta.
En resumen, este es uno más de los muchos cambios en la lengua causados por una realidad en continua evolución. Pero también por nuevas ideas y sensibilidades sobre esa realidad y sobre el mismo uso de la lengua. Esto ha ocurrido desde tiempos inmemoriales y seguirá ocurriendo, nos guste o no. No hay duda de que los hablantes quieren usar la lengua de modo que exprese su manera de ver el mundo y que les represente, pues nuestro uso de la lengua es también identidad. Somos quienes somos (también) por cómo hablamos. Como dice una frase atribuida a Sócrates, “habla para que yo pueda conocerte”.
El Congreso de los Diputados de España acaba de aprobar la reforma del artículo 49 de la Constitución vigente. Uno de los cambios propuestos es sustituir el sintagma “disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos” por “personas con discapacidad”.
Un miedo que existe cuando se plantea el uso de nuevos términos es que se intente ocultar o invisibilizar la realidad.
La alteración que se propone obedece a un proceso habitual en la lengua. En el español estándar, y en las lenguas de nuestro entorno, el sintagma “personas con discapacidad” es de uso común desde hace mucho tiempo. Sin embargo, el texto constitucional se quedó fosilizado en una designación habitual en los años 70 del siglo pasado, y que hoy se ve como poco adecuada.
Este es uno más de los muchos cambios en la lengua causados por una realidad en continua evolución. Pero también por nuevas ideas y sensibilidades sobre esa realidad y sobre el mismo uso de la lengua.
Autoría:
Xosé Afonso Álvarez Pérez
Profesor Titular de Filología Románica, Universidad de Alcalá
X. Álvarez es Profesor Titular de Filología Románica en la Universidad de Alcalá, a la que se incorporó en 2015 como investigador del programa Ramón y Cajal. Anteriormente, ha trabajado en las universidades de Santiago de Compostela (2004-2008) y Lisboa (2009-2015).
Es licenciado en Filología Románica por la Universidad de Santiago de Compostela (2003), con Premio Extraordinario de Licenciatura y el Primer Premio Nacional de Terminación de Estudios Universitarios del Ministerio de Educación. También es licenciado en Filología Gallega (2005). En 2008, sostuvo su tesis doctoral dentro del programa de doctorado en Lingüística, con mención de doctor europeo y la calificación de sobresaliente cum laude.
Su línea principal de trabajo se inscribe dentro del ámbito de la dialectología y geolingüística románicas (con especial atención al ámbito peninsular), aunque ha abordado otros temas a lo largo de su carrera, tocando ámbitos como la lingüística histórica, lexicología, lexicografía, etimología o el multilingüismo y la ecología lingüística. Ha dirigido varios proyectos vinculados al patrimonio lingüístico de la frontera entre España y Portugal (https://www.frontespo.org)
Belén Almeida Cabrejas
Profesora de Lengua Española , Universidad de Alcalá
Belén Almeida es profesora titular en la Universidad de Alcalá (España). Sus principales campos de investigación son la obra historiográfica de Alfonso X y la lengua y la escritura de personas no profesionales, especialmente mujeres, entre los siglos XVI y XIX.
Declaración de divulgación
Los autores no trabajan, consultan, poseen acciones ni reciben financiación de ninguna empresa u organización que se beneficiaría de este artículo, y no han revelado afiliaciones relevantes más allá de su nombramiento académico.
Universidad de Alcalá
La Universidad de Alcalá es una universidad pública que apuesta por la excelencia en la docencia y la investigación, a través de la adaptación de su oferta formativa a los cambios y demandas de la sociedad, y de la atracción y retención de talento. Entre sus prioridades están favorecer la empleabilidad de sus estudiantes; implementar políticas de responsabilidad social que la consoliden como una institución abierta, integradora y comprometida; y desarrollar una gestión eficiente, responsable y transparente, basada en la rendición de cuentas ante la propia institución y ante la sociedad.
Ubicada en la histórica ciudad de Alcalá de Henares, situada a 30 kilómetros de Madrid, cuenta con 28.000 alumnos, 2.000 profesores y 800 puestos de personal de administración y servicios. En sus tres campus, Histórico, Científico Tecnológico y de Guadalajara, concentra 40 titulaciones de grado, 78 estudios oficiales de posgrado y una amplia oferta de estudios de formación continua, en todas las ramas del saber.
La UAH es una de las universidades más antiguas de Europa, cuyo origen se remonta a los Estudios Generales de 1293. En 1499, el Cardenal Cisneros funda el Colegio de San Ildefonso con el objetivo de crear un modelo de ciudad universitaria que serviría de patrón para otras en Iberoamérica. Personajes como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, Tirso de Molina, Fray Luis de León, Ignacio de Loyola o Gaspar Melchor de Jovellanos, fueron algunos de sus alumnos más ilustres y María Isidra de Guzmán -la primera mujer que se doctoró en nuestro país- obtuvo esta distinción en la Universidad de Alcalá.
La singularidad del modelo universitario y la conservación de su rico patrimonio arquitectónico y artístico la llevaron a ser declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1998
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